«Roderer estaba serio, desentendido de la partida; se había abotonado el abrigo, una especie de gabán azul oscuro, y dirigía a la puerta una mirada inquieta. Tenía una expresión indecisa y a la vez irritada, como si estuviera debatiendo consigo mismo un problema mínimo, una cuestión estúpida que sin embargo no lograba resolver. Habíamos quedado en el salón únicamente nosotros dos; lo que no conseguía decidir, me di cuenta, era si debía esperarme para que saliéramos juntos o podía despedirse inmediatamente y marcharse solo. Conocía bien ese tipo de tormento, pero había creído hasta entonces que solamente yo lo sufría; la imposibilidad de elegir entre dos opciones triviales y absolutamente indiferentes, la horrible vacilación de la inteligencia que oscila de una a la otra y nada puede discernir, que argumenta en el vacío sin encontrar una razón decisiva mientras el sentido común se burla y la azuza: da lo mismo, da lo mismo. Qué desconcertante me parecía encontrar en otro, y de un modo mucho más intenso, los signos de ese mal que tal vez fuera ridículo pero que yo había considerado hasta entonces mi posesión más exclusiva.»
«He had lived through an age when men and women with energy and ruthlessness but without much ability or persistence excelled. And even though most of them had gone under, their ignorance had confused Roy, making him wonder whether the things he had striven to learn, and thought of as «culture», were irrelevant. Everything was supposed to be the same: commercials, Beethoven’s late quartets, pop records, shopfronts, Freud, multi-coloured hair. Greatness, comparison, value, depth: gone, gone, gone. Anything could give some pleasure; he saw that. But not everything provided the sustenance of a deeper understanding».
Una vez, cada tanto. Tal vez estés solo.
Sentís que estás en fase: hacés lo que querés, con quien querés, en el momento adecuado. El tiempo parece detenerse en algún punto de inflexión entre lo que fue y lo que va a ser, como si del reloj de arena los granos cayeran con más lentitud. Cuidás ese instante con el mismo celo que un viejo guardián de una vela, ahuecando la mano contra el viento. Es la epifanía: te decís, debo acordarme de este momento. Hay algo de trascendencia, un elemento atemporal. Es factible que gente de hace siglos se haya sentido igual que vos, que no haya muchos elementos de modernidad alrededor. Simplemente estás capturando la esencia de un lugar, sos simplemente un recipiente que acuna su mojo.
En esa vacilación cotidiana que se produce entre mis interes personales y laborales acerca del blog, a veces ocurre un instante de epifanía y -oh milagro- lo que siento acerca de ciertos aspectos de la cultura del trabajo es exactamente lo mismo que podría exhibir en un Curso de Innovación. De hecho, la imagen que precede el post fue la ganadora del concurso «Not my Job» y la utilizo para cerrar mis cursos. Expresa genialmente muchos aspectos que advertí en las empresas donde trabajé -en particular las de mayor cantidad de personal- y en instituciones académicas.
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