El amigo Uruguayo que tenemos al otro lado del Plata es muy semejante a nosotros los argentos. Menos cuidadoso de las formas y más pendiente de sus deseos (playa, mate, fútbol), contempla al mundo con una deliciosa ingenuidad y deja escapar su sentencia: «imponente, vo!». Y la admiración por el universo lo iguala, lo achata un poco, y lo devuelve a la fácil senda del conformismo, no sin antes cumplir con el deseo ancestral de irse a las 4 del trabajo a «hacer playa», sin ninguna culpa. Digámoslo de una vez, es gente bastante más sana y querible que nosotros. Pero a la hora de ejercitar la ironía, el Uruguayo puede mostrar las uñas.
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