Era Julio de 2002 y charlaba en el Bar de Pepe -un santuario de la Telefonicidad en la calle Defensa- con el director de Marketing de entonces. Llovía ominosamente. Cada charla de entonces, en mi recuerdo, está tamizado por una perspectiva de debacle. La Argentina de entonces era, cuando menos, apocalíptica. “A veces hay que saber gestionar la ambigüedad”, me decía este director, a propósito del reciente freno a la venta de la banda ancha de Telefónica. Primer resumen: el servicio no tenía precio. O más bien no tenía costo. Con tarifas en pesos y costos en un dólar creciente, la decisión del gobierno de congelar las tarifas hacía que la venta fuese suicida. Todo dependía -me contaba este director- de la química de los encuentros entre dos personas. Segundo resumen: la química era desastrosa. Los que se reunían eran Guillermo Ansaldo y Guillermo Moreno. Lo único que tenían en común era el nombre.
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